Para empezar





Abro los ojos. Así. No más. Los alzo hacia  una línea de luz. Estás a mi lado. Quizá algún ave volátil planee sobre el lecho aún, o algún rastro alucinado persista en el laberinto del que voy saliendo. O sólo el techo allá arriba. Sin más. Lo observo. Con sus vigas de madera. Lejano y antiguo.
Ya casi aprecio el humor que vestiré hoy. Parece que el ánimo amaneció campante junto a mí. Doy tumbos como lelo por la galería de ventanas cerradas, y hay recuerdos que me salen al paso.
Anteayer me fijé en un señor viejito que cruzaba el paso de cebra, y su presencia me acompaña ahora. Le vi unos ojos pequeños que parecían no mirar nada. Y me miraban a mí.
Visito el aseo como arcaico rito.
Le di unas monedas al viejito.
Preparar café es un automatismo amable, como esperanzado. Salgo al balcón y vaticino. Aspiro el día y observo la vida vegetal: la hierbabuena, las hojas de incienso, esos tulipanes que no quieren salir.
El aroma del café nos reúne en un beso temprano junto a las tazas. Nos recordamos la realidad, nos la reconstruimos el uno al otro, frente a la pantalla que susurra otros escenarios.
Ya dentífricos y frescos, nos besamos de adiós, y resbalamos por escalas o ascensores hacia el mundo.



(Versión en prosa del poema Amanece, que no es poco)


Foto: jose rasero
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2 pensamientos:

Le Fay ʚïɞ dijo...

Todo puede suceder con una buena taza de café jajaja
un beso!! :D

Alicia dijo...

Muy buen relato de un lento despertar,donde la realidad y los sueños aún permanecen unidos.-
Saludos Alicia.-

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