Reflexión del segundo día

Ver en su rostro la seguridad de su relajo cotidiano lo único que hacía era hacer de esto algo un poco más objetivo, algo más real.
Suave al tomarlo, así como ajena, con la extraña tranquilidad de aquellos cuyo corazón es un fruto sano.
Su rostro serio y calmo hacía de su cuello un trozo de piel apetecible.
Y sin embargo la franqueza de sus ojos movía también la comprensión más arriba de su boca obligando a la suavidad y la cortesía.
No sabía si no temer a ser sincero, a ser franco, no importa si no es lo correcto.
Su relajo y mi ansiedad vista fruir en el aire algo de verdad dejaron en los granos de la arena y el polvo del cobertor.
Nadie estuvo mal. Ninguno quiso escapar. Había que saber esperar.
Sus brazos percibidos suaves y forzados.
O forzosos pero limpios y callados.
Suaves a las manos que sólo deseaban pasarle por encima.
Toda grieta es parte de la belleza de la sonrisa que encanta tallada a ese respiro de mujer.
Hubo ratos que en la imagen que uno dibuja de los pensamientos vi la boca sedienta pasar sobre su estómago y sus pechos.
Pero la civilizatoria prueba de la verdad que se construye en la espera llevó su aroma a convertirse en la sana emoción de la que tanto se escapa.
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