¿Sabemos cómo es mirar a los ojos? Dentro, muy dentro. No hay nada igual. No mirar con fijeza, sino mirar, mirar dentro, muy dentro. Traspasar el color y llegar ahí donde todo nace, donde todo es. Qué pocos son los que pueden hacerlo.
Cuando miras y te meces ahí, en la mirada que es, en la mirada que da, en la mirada que sabe recibir, en la mirada que ve, en la mirada que enseña. Todo es, no hay más. Es como acariciar terciopelo con ella, de tan suave, de tan cálida. Es el tacto del alma. Un roce de nada, y sin embargo tanto que da la vida. Es en ese momento en el que no quieres nada más sino dejarte llevar por la brisa, vivir ahí y quedarte, acunarte en la sonrisa derramada por una vida que vive en el alma y que se entrega sin pedir nada. Alma de siglos. Y quieres morir ahí, seguir ahí, no ser nada de ser tanto, no en ti sino en otra alma, igual, unida, sentida, vivida.
Ni sonreír puedes de tanta agonía concebida, de tanto placer. Es la mística de esa mirada, de esa unión de la vida. Paz sin límites. Muerte. Vida. Tú, yo, todo, nada, nadie más. Nadie más podría. Ni tan siquiera los dioses. Esencia de vida.
¿Sabemos cómo es mirar a los ojos así? Dentro, muy dentro. Puro deleite, armonía. Nada es igual a esa comunión. No hay ni habrá nada igual. Es la vida. El alma en el alma, a través de una mirada así, unidas.
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