La espera.

Lo esperé durante una hora, no debí hacerlo pero no pude evitarlo. Era tarde, aún así no me iría sin saludarlo al menos. Estaba oscuro y comencé a sentir miedo, la calle se vuelve peligrosa a determinadas horas. Mi atención, fija en aquella puerta, nada más abrirse, la gente se aventuró hacia afuera, lo busqué con la mirada, ansiosa, y distinguí su silueta a lo lejos, joder era él. Estuve a punto de echar a correr hacia el lado contrario diciéndome que era una locura, hacía años que no lo veía ¿Qué me hacía pensar que se alegraría al verme? Siempre con mis fantasías infantiles, siempre con mis gilipolleces, debía convencerme de una vez de que el mundo no funcionaba así, mi madre tenía razón, decía: 'Niña, tú no eres de este mundo'.

-Me ha visto, viene hacia mi inseguro, como si no se lo creyera. Si coño, soy yo, yo-. Su expresión decía ¿Tú? ¿Eres tú realmente? Se detuvo frente a mi y me miró a los ojos con intensidad, me faltaba el aire joder -¿Qué hago? ¿lo abrazo? ¿Le doy la mano? ¿Me derrito aquí mismo y me desmayo? ¿Le digo que está guapísimo y lo beso? ¿Acaricio su rostro y sonrío?- No, un hola fue suficiente, luego llegó el abrazo, largo, sentido, reconociéndonos nuevamente. Me cogió de la mano y me llevó a un restaurante cercano, hablamos mucho y sonreímos regalándonos dulzura a cada rato. Me temblaban las manos, mi voz era diferente, sus ojos echaban chispas, los míos bajaban tímidos sin saber muy bien dónde posarse.
Ya en su casa, con la luz apagada dejamos que el resplandor de la calle delineara nuestros cuerpos, me acerqué con suavidad y desabroché lentamente los botones de su camisa, vaya, era él de verdad, me encontraba en sus brazos por fin, otra vez. Decidí abandonarme, lo haría por él y por mi. El sofá era pequeño pero serviría. Desnudos, mi espalda sobre su pecho, entre sus piernas, su respiración en mi oído, giré mi rostro para recibir sus besos, abrí mis piernas aceptando sus caricias, probablemente el mañana volvería a ser una mierda, pero nada me estropearía el hoy.